Carniceros en cualquier parte: comida, hambre y la intempestiva liberalización de los mercados en el México insurgente

Resumen

El manejo del suministro de comida fue una función crucial del gobierno colonial y los oficiales del período tardo-colonial en Ciudad de México. Este descansó en dos dinámicas esenciales para asegurar tanto la existencia como el orden en torno a los alimentos: monopolios privados y regulación estatal. Las autoridades no controlaron directamente la producción ni la venta de comida como se hizo con otros sectores de la economía. Tampoco lo abandonaron todo al “libre mercado”, como querían algunos reformistas. En cambio, confiaron el tema de los alimentos a monopolios privados que, al menos en la teoría, eran supervisados muy de cerca por inspectores oficiales. Este modelo aseguraba el sentido de buena policía de las autoridades, un concepto que combinaba tanto la preocupación paternalista por el bienestar del pueblo como la contención de aquellos comportamientos propios del desorden.

Los diez años de insurgencia transformaron las estructuras del aprovisionamiento urbano forzando a las autoridades a sustituir la “libertad de comercio” por un estricto control de los monopolios. El colapso del modelo absolutista emparejó el campo del mercado y permitió a toda una red de pequeños proveedores de alimentos entrar al mercado. Con sus cerdos arrastrados chillando, los pequeños productores rescataron la ciudad del peligro de la hambruna, pero impidieron el establecimiento del ideal del orden, el control y la supervisión paternalista en pos del bienestar público. El desorden resultante no sorprenderá a los especialistas de los inicios del siglo XIX en México, quienes ponen énfasis en la inestabilidad y los desastres del período. Sin embargo, este artículo resalta cómo, ante la ausencia de monopolios oligárquicos y regulaciones restrictivas que los favorecieran, el mercado urbano llegó a ser mucho más equitativo luego de la liberalización comercial de fines del periodo colonial.