El aire y la piedra
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Abstract
Me la paso observando las calles vacías durante la cuarentena de 2020: los negocios cerrados, las hojas de los periódicos volando por las veredas sin que nadie las recoja; las ratas que están de fiesta y corren con total libertad. Es cierto que estas son las dueñas de las vías ahora que los humanos se han ido. Pero, hacer acto de presencia de este concierto en gris mayor no provoca la alegría. De hecho, la caminata es incómoda; se respira la soledad. Apuro la vuelta a mi casa donde prendo la televisión a la espera del teleperiodista que me cuente los desastres del día: el número de muertos, el número de contagiados, el número de colegios que van a cerrar sus puertas para el inicio del año escolar. El presidente (a quien me niego a nombrar) repite por televisión que todos estamos bien, que Estados Unidos es el mejor país del mundo y que todo está bajo control; odio la monotonía de su voz, su mal humor, su falta de ética, su infatigable estupidez. No veo la hora en que se vaya. Cuento los días que le quedan hasta las elecciones de noviembre. Así yo también disfruto, a mi manera, de cierta fe en los números; en este caso, son el tamaño de mi esperanza.