El clan Braniff, una ficción de archivo de la dictadura: aura, estampilla y mancha
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El archivo parece que fuera una totalidad continua. Uno se lo imagina como una carpeta tras otra donde se disponen todos los casos, todos los nombres, todas las circunstancias. Es este un archivo utópico, que, como los mapas desmesurados desarrollados gracias al Arte de la Cartografía en “Del Rigor en la Ciencia” de Borges, es del tamaño del territorio y se confunde con él. Pero en realidad, los archivos están lleno de hoyos, de ahí que Didi-Huberman diga, exagerando apenas un poco, que lo que le es característico es “su hueco, su ser horadado” (1). Estos huecos buscan, llaman, a ser llenados; de ahí su productividad, su carácter metonímico. Siguiendo estas ideas, en este artículo desarrollaré cómo algunos relatos recientes, a los que he denominado ficciones de archivo, surgen a partir de esta necesidad de completar los espacios en blanco e incluso, en determinados casos, es el hallazgo de ciertos documentos el motivador de la narración. Esto es lo que ocurre, entre otras, con dos obras chilenas de los dos mil: Poste restante (2001) de Cynthia Rimsky y El clan Braniff (2018) de Matías Celedón. Al primero de estos relatos solo haré una breve referencia, debido a la ausencia en su trama de la dictadura (abordaré, muy pronto, esto), mientras que al análisis del segundo dedicaré la casi totalidad de este ensayo en el cual intentaré entender el porqué de la utilización, cada vez más insistente, en la narrativa latinoamericana reciente (y también en la de otras latitudes) del archivo; cuáles son sus funciones, qué es lo que los documentos permiten traslucir más allá de la trama.
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