El 2007 en el Perú se caracterizó por una suerte de “neodualismo”. De un lado, tenemos una parte del país, más urbana, moderna y costeña, relativamente optimista respecto al futuro, que se beneficia del crecimiento de la economía y, del otro, tenemos un país más rural, serrano y amazónico, en el que los beneficios del crecimiento no se perciben, donde los niveles de pobreza se mantienen altos, en el que la legitimidad de las instituciones políticas se mantienen baja. El crecimiento económico ha aumentado la desigualdad y ha revelado los límites institucionales del Estado para gestionar eficientemente los recursos disponibles. Esto ha generado tensiones y frustraciones que se expresan en el aumento de los conflictos sociales, así como en la caída en la aprobación a la gestión presidencial. A pesar de esto, el gobierno ratificó su apuesta política por la promoción de la inversión privada, y mostró una relativa pasividad en materia de reformas institucionales y políticas sociales. El gobierno parece confiar en que el crecimiento económico irá paulatinamente reduciendo la conflictividad y el descontento social; los únicos que podrían atentar contra este esquema son los “los perros del hortelano”, quienes traban la inversión privada.