La Modernidad y la globalización han generado condiciones y estímulos para la expansión del Islam. Las migraciones han trasladado a millones de musulmanes al corazón de Occidente. La incidencia de patrones globales, tanto políticos como culturales, ha provocado que los creyentes musulmanes más tradicionales se rebelen por medio de su cultura: desde Europa por ejemplo, por medio del uso del velo femenino; y desde tierras musulmanas, incrementando la participación en movimientos islamistas. Estos procesos han potenciado el temor occidental a la alteridad islámica. Fruto de este temor es que se han levantado barreras al desplazamiento humano, lo que aquí denominamos la teichopolítica: el intento de controlar el flujo de personas mediante el levantamiento de barreras físicas, ya sean alambradas o murallas, con el objetivo de dificultar la salida y entrada a un territorio. Sin embargo, esta respuesta de seguridad a menudo retroalimenta el resentimiento islamista, provocando más problemas de los que resuelve.