El 2007 fue un año de cambios radicales en la política ecuatoriana. Se destaca la batalla política y electoral entre un Ejecutivo encabezado por un líder antisistema y radical, y la desprestigiada clase política que a la postre resultaría en la desaparición del precario sistema de partidos. En este proceso el presidente logró pasar de una situación minoritaria extrema, al no tener ningún respaldo legislativo propio en el Congreso, al extremo opuesto de controlar totalmente una Asamblea Constituyente de plenos poderes. Mientras una muy desilusionada y resentida ciudadanía todavía aplaude la derrota de una clase política corrupta, los problemas estructurales del sistema se han agravado. De manera paradójica, la preocupación actual no se centra ya en la crónica inestabilidad política, sino en la supervivencia misma de la disfuncional democracia ecuatoriana.