El topos del relato narcoandino: las narcozonas literarias de Perú, Bolivia y Chile

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Paula Libuy
Danilo Santos

Resumen

En la actualidad, existe un corpus literario nutrido proveniente de Bolivia, Chile y Perú que hemos denominado relato narcoandino. Este propone una nueva espacialización (Pimentel 5) relacionada con la temática del narcotráfico y con la localidad de la cual emergen las obras. Representan la triple frontera de estos países, pero también otros espacios alejados de ella que siguen siendo parte del imaginario andino. Los espacios que es posible señalar como tal son inicialmente las capitales de las tres naciones, es decir, Santiago y sus barrios en El enviado de Medellín (1991) de Ignacio González Camus, las poblaciones marginales chilenas en Los que sobran (2007) de Mario Silva, Hijo de Traficante (2015) de Carlos Leiva, y Buganvilia (2018) de Rodrigo Cortés; La Paz del chileno Bartolomé Leal en Morir en La Paz (2003); y la Lima de Bioy del peruano Diego Trelles Paz (2012). Sin embargo, distanciados de la centralidad de las luces metropolitanas aparece el Chaparé boliviano en las novelas de Tito Gutiérrez; el desierto del norte grande chileno de las obras Ciudad Berraca (2018) de Rodrigo Ramos Bañados, La persistencia de la memoria (2021) de Iván Pérez Ávila y Desierto (2018) de Daniel Plaza; el Amazonas peruano de la trilogía El árbol de Sodoma (2007) de Jorge Nájar y el Trujillo de los escritores peruanos Charlie Becerra en Cachorro (2021) y El cerco blanco (2021) de Iván Slocovich.

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